Pese a que ahora de lo que en teoría toca hablar es del recién terminado Carnaval, si hay que elegir entre noticias positivas o negativas, los periodistas siempre optan por las segundas, y yo no voy a ser la excepción.
Más de 40 muertos y 350 familias sin hogar son cifras que hablan por sí solas (no alcanzan a las de Puerto Príncipe, pero es que Portugal no es Haití) de la barbaridad que se ha producido en Madeira, una isla que tuve la oportunidad de visitar hace apenas dos meses y que, la verdad, me pareció muy moderna.
Desde luego, si las lluvias (por muy torrenciales que hayan sido) han podido provocar tamaña catástrofe en un lugar tan turístico, no es de extrañar que un poco más al sur, en islas como El Hierro, La Gomera o La Palma, los últimos temporales hayan incomunicado durante días a sus habitantes y causado múltiples destrozos. Por fortuna, al menos allí el agua no ha dejado muertos a su paso.
Y esto no es sólo aplicable a las islas pequeñas, ya que Funchal, la capital de Madeira, ha sido el lugar más afectado, como en Canarias podría serlo Tenerife. Algo que ya se atisvó durante las inundaciones de hace unas semanas o con las tormentillas de la semana pasada, que por poner un ejemplo dejaron mi casa sin luz durante casi 12 horas.
En definitiva, no sé si es porque ahora llueve más que nunca, por el cambio climático, por el abandono de estas lejanas islas por parte de sus gobiernos, por la inutilidad de las autoridades regionales y locales o por la mala planificación de las ciudades, pero el caso es que no volveré a extrañarme cuando, al caer cuatro gotas, Tenerife se convierta en una ciudad en la que todo se paraliza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario